Clara abrió el sobre con dedos temblorosos. Los papeles se deslizaban, nítidos y clínicos, llenos de números, porcentajes y, por fin, nombres. No primos lejanos ni líneas borrosas de ascendencia, sino coincidencias exactas e innegables.
Se quedó sin aliento al leerlos. Nombres prominentes que reconocía de las noticias, la clase de nombres que abrían puertas e infundían respeto. Los padres estaban vivos. Y su hija, Emily, era su hija desaparecida.