Clara se quedó helada, con el corazón tartamudeándole en el pecho. Forzó una sonrisa y asintió con cuidado. «Por supuesto, cariño. Lo que necesites para sentirte completa» Pero en su interior, el miedo clavaba sus garras profundamente. La cajita llegó por correo una semana después, con su alegre marca y sus pulcras instrucciones burlándose del peso que llevaba.
Emily rompió el sello en la encimera de la cocina, con los ojos brillantes de expectación. Clara estaba cerca, con las manos anudadas en el delantal, forzando la calma en su rostro. «¿Quieres ayudarme, mamá? Preguntó Emily alegremente, sosteniendo los finos bastoncillos de algodón como si fueran juguetes inofensivos.