El dinero siempre escaseaba. Clara hacía turnos extra, a veces se quedaba dormida en la mesa de la cocina con los billetes extendidos ante ella. Pero Emily nunca pasó hambre, nunca le faltó calor. Los vecinos murmuraban admirados cómo una mujer sola podía cargar con tanto, pero Clara nunca pensó en ello como una carga. Lo veía como una gracia.
Los años se convirtieron en hitos. Los primeros pasos de Emily, sus dibujos torcidos pegados a la nevera, su obstinada insistencia en leer ella misma los cuentos antes de acostarse. Cada momento estrechaba el hilo que las unía hasta que Clara ya no podía recordar la vida sin el eco de la risa de Emily.