Un vecino llamó a la puerta a las 5 de la mañana y le dijo: «Hoy no vayas a trabajar. Confía en mí» – Al mediodía, entendió por qué..

Una punzada de inquietud empujó a Evan hacia las cortinas. Las descorrió suavemente. Al otro lado de la calle había un sedán negro, con el motor al ralentí y las ventanillas tintadas. No se movía ni se iba. Simplemente… esperaba. La quietud que lo rodeaba parecía escenificada, paciente y perturbadoramente deliberada. Evan sintió miedo.

Calder apareció detrás de él, con los hombros rígidos y los ojos fijos en el sedán. Lo observaba con una intensidad inquietante, como si lo esperara. Evan estudió la expresión de reconocimiento de Calder, o quizá incluso de miedo. A Evan le asaltó la inquietante sospecha de que lo que Calder decía era cierto.