Las preguntas la mantuvieron despierta tanto como los llantos del recién nacido. Incluso mientras alimentaba a su bebé, pensaba, ¿por qué no había ninguna explicación? ¿Por qué sentía que su cuerpo era portador de la historia de otra persona, una historia que se le había ocultado hasta ahora? Cada vez que cerraba los ojos, veía la cicatriz con más claridad que nunca.
En los días siguientes, la extraña cicatriz empezó a dolerle. No era un dolor agudo, sino una sensación de arrastre sordo que se intensificaba cuando se movía. Cada vez que se agachaba para levantar a su bebé, sentía un tirón, como si algo bajo su piel le recordara que no debía estar allí.