Aquella noche, con su bebé en brazos, volvió a recorrer la cicatriz. Aún le resultaba extraña, pero ahora conocía su historia. Una operación secreta, un roce con la muerte y una segunda oportunidad que era demasiado joven para recordar, incluso antes de conocer a sus padres. La cicatriz era suya, recuperada de las sombras.
Besó la frente de su bebé y le susurró: «Lo sabrás todo. No habrá secretos entre nosotros» Por primera vez desde la cesárea, se sintió tranquila. Las cicatrices, tanto las antiguas como las nuevas, ya no eran misterios que temer, sino recordatorios de supervivencia. El pasado había salido a la superficie y, por fin, le pertenecía por completo.