Con el paso de los meses, empezaron las complicaciones. El aumento de la tensión arterial se tradujo en más visitas al hospital, controles interminables y conversaciones en voz baja entre las enfermeras. Se aferraba al sonido del latido del corazón de su bebé durante las exploraciones, convirtiéndolo en un ancla contra sus miedos. Cada semana parecía una frágil victoria apenas ganada.
El parto llegó demasiado pronto, feroz e implacable. Las horas se alargaban hasta convertirse en un calvario de dolor y agotamiento. Las contracciones la arañaban, rompiendo toda ilusión de fuerza que creía tener. Cuando el ritmo cardíaco del bebé disminuyó, la habitación cambió. De repente, los médicos se movieron con una urgencia alarmante, las voces agudas con instrucciones.