Su confianza se debilitó en silencio. Cada conversación sobre la cicatriz terminaba con los suspiros de él, las réplicas cortantes de ella y el silencio que se extendía después. La casa parecía más pesada, como si incluso las paredes supieran que se estaban desmoronando bajo el peso de las preguntas sin respuesta. Ya no sentía que sus miedos fueran sólo suyos.
Cuando sus padres llamaron para ver cómo estaba el bebé, mantuvo la voz distante. No volvió a preguntar por su infancia, aunque la pregunta le latía en la lengua. Sus negativas anteriores le parecieron demasiado pulidas, demasiado definitivas. No podía evitar la sensación de que ocultaban más de lo que admitían.