Su marido volvió a intentar calmar sus temores. «Tal vez el médico se equivoque. Quizá sea otra cosa: estrías, adherencias. Los cuerpos se curan de forma extraña» Le besó la frente antes de acercarse al bebé dormido, pero ella sintió su distanciamiento. Él quería que dejara de preguntar, que dejara de dar vueltas a la pregunta que ahora la consumía cada hora que estaba despierta.
Pero no podía. Cada mirada al espejo, cada tirón de dolor bajo la piel, le recordaba el secreto que nadie reconocía. Las palabras del segundo médico resonaban: «Alguien te ha operado». La convicción de su voz se había alojado en su interior, imposible de liberar.