La rápida negación la punzó. Quería creerles, pero ¿les delataban sus ojos? ¿Había algo allí, una vacilación tan breve que casi estaba dispuesta a ignorarla? Por otro lado, ¿era paranoia, como sugería su marido? ¿El cansancio de la maternidad le hacía dudar de todo y de todos?
Esa noche, sus sueños se volvieron inquietos. Vio pasillos de hospital, luces estériles y el sonido de unas tijeras cortando hilo. Se despertó sudando, con la mano apretada contra la cicatriz como si la protegiera. Rápidamente comprobó cómo estaba el bebé, susurrándose a sí misma que no pararía hasta que lo supiera. Hasta que alguien admitiera lo que había hecho.