Empezó a catalogar sus cambios. Cada mañana se levantaba la camiseta en el espejo del baño y lo documentaba con su teléfono. A plena luz, la cicatriz parecía más oscura, casi enfadada, como si desafiara el silencio de su historial médico. Quería que la vieran, aunque nadie la creyera.
Sus padres la visitaron una tarde y le trajeron comida y regalos para el bebé. Mientras tomaban el té, soltó la pregunta: «¿Me operaron alguna vez de niña?» Los padres se miraron sorprendidos y luego negaron con la cabeza. «No, cariño. Jamás. Eras una niña sana»