Cuando Linda vio por primera vez las dos líneas rosas, se le cortó la respiración. La emoción se mezcló con el miedo. Ella y su marido habían deseado que llegara ese momento, pero la realidad del embarazo la presionó más de lo que había imaginado. Las náuseas empezaron pronto, con olas implacables que convertían la vida cotidiana en una prueba de resistencia constante.
Su cuerpo cambió rápidamente. El cansancio envolvía sus huesos y cada pequeña tarea le parecía más pesada. Intentó disimular su malestar, sonriendo para las fotos familiares y los anuncios del bebé. Pero cuando nadie la veía, se acurrucaba en la cama y se susurraba a sí misma que no estaba segura de poder soportarlo.