Todas las noches estudiaba su reflejo. La cicatriz parecía cada día más visible, separada de la nítida línea de la cesárea. No podía decidir si se estaba oscureciendo de verdad o si su propia obsesión la hacía más nítida. En cualquier caso, el silencio que la rodeaba la atormentaba.
De nuevo en casa, trató de dejar a un lado las preocupaciones, centrándose en las noches en vela para alimentar al bebé. Pero la cicatriz le picaba bajo la ropa, como un recordatorio constante. Cuando por fin el bebé durmió la siesta, se sentó en su escritorio y solicitó el historial quirúrgico completo al portal de pacientes del hospital.