La enfermera le entregó al bebé, bien envuelto en suaves mantas, pero sus ojos se desviaron hacia abajo. Justo debajo de la incisión de la cesárea, otra marca se extendía débilmente por su piel. No parecía en carne viva como la cicatriz de la cesárea. Pero parecía una marca que había estado esperando a ser encontrada.
Al principio pensó que era una hinchazón o un pliegue natural del embarazo. Pero cuando la tocó, notó que la línea era diferente. Corría en diagonal, irregular en algunos puntos, a diferencia del corte quirúrgico limpio que tenía encima. Había algo que la inquietaba más de lo que quería admitir.
Días después, mientras el médico le examinaba los puntos, señaló la línea. «¿Y esto?», le preguntó suavemente. Se quedó paralizado. Se le fue el color de la cara y, por un momento, su boca se abrió sin emitir sonido alguno. Luego murmuró: «Lo siento mucho…»