«Encontramos algo en su coche», dijo, haciendo una pausa. «No es una pieza rota. Algo más. Será mejor que entre y le eche un vistazo» Lo primero que pensó Margaret fue en drogas o un arma, algún resto del depósito. Se le apretó el pecho. Lo último que necesitaba era que la policía la detuviera.
Dentro, el taller olía a aceite de motor y café recién hecho. El coche estaba en un elevador, con las ruedas desmontadas y los paneles entreabiertos. El dueño, Ken, le hizo un gesto para que lo siguiera. No dijo mucho mientras la guiaba entre los bancos de herramientas, hacia una pequeña mesa de trabajo donde había un objeto esperando.