De vuelta en el establo, George dejó a los cachorros con cuidado en un mullido lecho de heno que había preparado en un establo vacío. La perra olisqueó el lugar y se tumbó junto a sus cachorros, con ojos que reflejaban gratitud y alivio.
George se arrodilló junto a la pequeña familia y pasó la mano por el lomo de la madre. «Aquí estaréis a salvo», susurró, sintiendo una profunda satisfacción que no había sentido en meses. El granero, antes tan silencioso y vacío, ahora bullía de vida. Los cachorros se acurrucaban junto a su madre, con sus pequeños cuerpos cálidos y tranquilos.