El bosque parecía tragárselos enteros, y el pánico se apoderó de Jorge. La noche se cerraba a su alrededor, las formas oscuras de los árboles se cernían sobre él como gigantes silenciosos. Ya no oía a Trueno. Sólo el susurro ocasional de las hojas le recordaba que seguían ahí fuera.
George tropezó de nuevo con una raíz expuesta y cayó con fuerza. Sus manos se clavaron en la tierra y las palmas le escocían por el impacto. Permaneció allí un momento, jadeando, con el cuerpo dolorido por el cansancio. Pero no podía detenerse. No podía rendirse.