De vuelta al prado sur, George observó con la respiración contenida cómo Luna los veía acercarse. Para su alivio, Luna soltó un aullido entusiasta y movió la cola con entusiasmo, encantada de reunirse con el cachorro de lobo que había protegido tan ferozmente.
En ese momento, George supo que había tomado la decisión correcta. Este vínculo inusual pero conmovedor entre un perro y un cachorro de lobo no podía romperse. El cachorro había encontrado su lugar en su granja, y George se responsabilizaría de cuidarlo el resto de sus días.