La niñera no sabía que la estaban grabando: la dueña no podía creer lo que vio

Rosa nunca interrumpía. Trabajaba con concentración silenciosa e incluso a veces dejaba pequeñas notas: el calentador de biberones de Leo no se calentaba bien hoy, lo desenchufé y lo limpié por si acaso. Lo que más sorprendió a Clara fue cómo Rosa trataba a Leo.

Se había adaptado a ella al instante. No había lágrimas ni rabietas. Le leía en español, tarareaba viejas canciones de cuna que Clara no reconocía y, de alguna manera, conseguía mantenerlo entretenido durante horas sin recurrir a las pantallas. Pronto, Rosa no era sólo una parte de su rutina.