Lucas se rió. «No hay mucho que contar», dijo. «Un chico del medio oeste. Nada exótico» Pero Kiara no se rió. Se limitó a asentir con la cabeza, con los ojos pasando de su cara a la nuca, como si intentara despegar algo y ver lo que había debajo.
A la mañana siguiente, Lucas la sorprendió en su habitación de invitados. Afirmó que traía toallas limpias, pero estaba de pie junto a su maletín abierto, con la mano a escasos centímetros de su cepillo para el pelo. Sus ojos se abrieron de par en par cuando lo vio. «Estaba…», balbuceó. Lucas no dijo nada. Sólo cerró la puerta.