Helen empezó a explicar, pero Lisa se limitó a asentir lentamente. «Los accidentes ocurren», dijo. Se arrodilló junto a Jake y le echó el pelo hacia atrás. «¿Estás bien, colega?» Él asintió, todavía sorbiéndose los mocos. Lisa se volvió hacia su madre con una pequeña y educada sonrisa. «No pasa nada, mamá. No te preocupes» Pero la forma en que lo dijo dejó a Helen inquieta.
Aquella noche, después de que todos se hubieran ido a casa, Helen se sentó en su tranquila cocina, mirando fijamente la encimera limpia donde antes estaba el jarrón. El sonido de su rotura resonaba en su mente. También la voz de Lisa. Tranquila. Distante. No era la ira lo que inquietaba a Helen; era la indiferencia.