A Helen se le apretó el pecho. «¿Están conscientes? «Siguen entrando y saliendo», se quebró la voz de Lisa. «David está fuera de la ciudad. Sigue llamando, pero también tiene pánico. Llevo aquí toda la noche» Helen no esperó a pensar. «Ya voy», dijo, ya metiéndose en el abrigo. «Mamá», susurró Lisa, con la voz quebrada. «No sabía a quién más llamar»
«Hiciste lo correcto», dijo Helen en voz baja, firme pero pálida mientras cogía las llaves. «Quédate con ellos. Voy para allá» Condujo bajo la lluvia como quien se mueve en un sueño, los faros cortando la niebla, los limpiaparabrisas golpeando. Cada semáforo en rojo le resultaba insoportable. Su mente se agitaba: ¿Y si es grave? ¿Y si llega demasiado tarde?