Cada pequeña tarea era como recuperar una parte de sí misma que no se había dado cuenta de que había estado regalando. A veces, en las tranquilas tardes, se sorprendía a sí misma pensando en Lisa. La voz apresurada en el teléfono, los asentimientos distraídos, las promesas olvidadas. Había habido tantos pequeños momentos que ahora encajaban demasiado bien.
La forma en que la gratitud de Lisa había empezado a sonar más como una expectativa. «Siempre estuve ahí», dijo Helen una vez en voz alta, las palabras extrañas pero satisfactorias. Ya no estaba enfadada, no exactamente. Sólo… despierta. Aun así, cuando sonaba su teléfono, el corazón le daba un vuelco. Lo comprobaba, medio esperando, medio temiendo.