«¿He sido yo?», susurró. Pero el aire, como la casa, no tenía respuesta. Aquella noche, la casa parecía contener la respiración. El silencio ya no era pacífico, era espeso, antinatural, un silencio que tenía peso. Helen estaba sentada a la mesa de la cocina, con el folleto inmobiliario abierto junto a su taza de té frío.
La foto sonriente de la nueva casa le devolvía la mirada, brillante y vacía. No dejaba de pensar en la palabra impresa en negrita en la parte superior: Nuevos comienzos. Le temblaban los dedos al trazar las letras y la mente le daba vueltas. Quizá era demasiado controlador. Tal vez el incidente del jarrón la alteró más de lo que pensaba.