«Sí, debí de olvidarlo», murmuró. Mientras se volvía hacia su coche, el mundo parecía difuminarse un poco. Un viaje, pensó insensiblemente. ¿Por qué no se lo había dicho Lisa? ¿Por qué ni siquiera un mensaje de texto? Cuando llegó a casa, su preocupación se había convertido en dudas.
Repasó cada conversación, cada pequeño momento de tensión. El día del jarrón, la mirada de Lisa, el tono frío de su voz. Quizá había ido demasiado lejos. Tal vez fuera culpa suya. Aquella noche, se sentó a la mesa de la cocina con el folleto aún junto a su taza de té. La casa estaba en silencio, salvo por el débil tic-tac del reloj.