Helen apagó el fuego y cubrió las tortitas con una toalla. El aire olía dulce y mal, como una celebración pasada de moda. Aquella noche se quedó despierta, mirando al techo. Quizá Lisa estaba ocupada de verdad. Quizá llamaría mañana. Pero en el fondo, una vocecita le susurró el pensamiento que no quería nombrar: que no se trataba de estar ocupada.
Se trataba de ser olvidada. Los días posteriores al cumpleaños de Jake transcurrieron en un extraño silencio. Helen intentó llenarlos con pequeñas cosas, regando las plantas, doblando dos veces la misma colada, poniendo la mesa aunque no viniera nadie. Se decía a sí misma que Lisa debía de estar ocupada, que probablemente los niños tenían programas extraescolares.