Por un momento, se quedó mirando. La pequeña criatura era delgada y se le veían las costillas. Sus ojos, grandes pero claros, la observaban a través del cristal. Al verlo, algo se agitó en su pecho, un dolor familiar que creía haber dejado atrás.
Lo primero que pensó fue que estaba enfermo o herido. El segundo, que no debería estar aquí. Un cachorro tan joven nunca se alejaba de su madre. Cogió el teléfono y llamó al puesto de guardabosques. «Buenos días», dijo una voz joven, distraída. «¿Ha dicho un cachorro de leopardo?»