Los miraba directamente. Lisa se puso rígida, con la respiración entrecortada. Los ojos dorados del león se clavaron en los árboles y luego en ellos con una inquietante quietud, como si viera a través de las hojas, a través del silencio, a través de todo. Sus orejas se agitaron una vez. Sus pupilas se estrecharon.
Caleb maldijo en voz baja. «Sabe que estamos aquí A Lisa se le heló la piel. «¿Qué? «No lo está adivinando. Nos está observando» El león no se movió. Todavía no. Pero su cola se movió, baja y lenta. Una advertencia. Nina se movió en el hueco, pero el león no miró hacia abajo. Su mirada permaneció fija en los árboles. En ellos.