¡No pudo soportarlo más! ¡Mira cómo este hombre le dio una lección a un niño que pateaba el asiento y a su madre!

Alguien detrás de ellos: «Por algo lo llaman el vagón silencioso» Otra voz, baja pero clara: «Le ha dejado seguir así» La mirada de la madre vaciló. Miró a su alrededor. Las caras se habían vuelto. No todas, pero las suficientes. Nadie la miró directamente, pero sintió su peso: el silencio, el juicio, la condena silenciosa que se desprendía de cada mirada.

Bajó los ojos. Luego miró a su hijo. Su expresión se endureció. «Mira lo que has hecho», siseó en voz baja. El niño se retorció. «Sólo era agua…» «¿Sólo agua?», espetó. «Me has avergonzado. Llevas una hora pateando el asiento de ese hombre. Te dije que te estuvieras quieto. Pero no…»