¡No pudo soportarlo más! ¡Mira cómo este hombre le dio una lección a un niño que pateaba el asiento y a su madre!

El pulso le latía caliente en los oídos. Un rubor de vergüenza le subió por el cuello, no porque hubiera perdido el control, sino porque, una vez más, alguien había decidido que no valía la pena arreglar su incomodidad. Y ahora podía sentirlo: el sutil cambio en el vagón.

Gente mirando. Miradas silenciosas y de reojo desde detrás de libros y ordenadores portátiles. Nadie dijo nada, pero él sabía que su voz había atravesado la sala y que ahora formaba parte de la escena. El tipo que hablaba. El que ponía las cosas incómodas.