¡No pudo soportarlo más! ¡Mira cómo este hombre le dio una lección a un niño que pateaba el asiento y a su madre!

Nadie dijo nada. Nadie tenía por qué hacerlo. Podía verlo en los ojos ligeramente entrecerrados, en la curiosidad cortés, en el modo en que la gente se movía ligeramente para escuchar mejor. Se había convertido en el hombre que armaba jaleo. La escena. El problema.

No importaba que hubiera hablado en tono mesurado. No importaba que hubiera esperado. Explicado. Preguntado. No se equivocaba, pero en aquel momento se sintió tonto por intentar tener razón. Se volvió hacia delante despacio, deliberadamente. Sus hombros se cerraron con fuerza. La boca seca.