¡No pudo soportarlo más! ¡Mira cómo este hombre le dio una lección a un niño que pateaba el asiento y a su madre!

Durante unos instantes, reinó un silencio dichoso. Y entonces, otra patada. Sólida. Justo en el centro de la espalda. Daniel se estremeció. No fue sólo el impacto, sino la certeza que lo acompañaba. El chico le había entendido. No era demasiado joven. No estaba confundido. Simplemente no le importaba.

¿Y la madre? Seguía sin levantar la vista. Daniel se volvió de nuevo, esta vez dirigiéndose directamente a ella. «Disculpe», dijo, manteniendo la voz baja y mesurada. «Ya le he pedido dos veces a su hijo que deje de darme patadas en el asiento. ¿Podría pedirle que deje de hacerlo?» La madre parpadeó como si la hubieran sacado de un sueño.