¿Cuántos momentos había absorbido en silencio, sólo para mantener la paz? Pensó en su trabajo. En su piso. En su vida. Y luego pensó en este tren. Este niño. En esta mujer. Sus dedos se cerraron alrededor del borde de la mesa de su bandeja, los nudillos blanqueando. Suficiente.
Daniel se dio la vuelta por completo esta vez. No sólo una mirada por encima del hombro, sino un giro deliberado: el hombro inclinado hacia el pasillo, la postura erguida, controlada. El chico tenía la mirada perdida en sus zapatos. Sus piernas se balanceaban con ritmo inocente, como si ni siquiera fuera consciente de lo que hacía.