El teléfono estaba en su regazo. Sorbía su bebida y miraba por la ventana de enfrente, como si estuviera en un retiro privado de meditación. Daniel la miró fijamente, esperando un destello de reconocimiento. Una mirada. Algún indicio de que ella pudiera reconocerle. Pero nada.
Parpadeó. Algo oscuro y pesado le oprimió las costillas. Ya no se trataba sólo de paz, se trataba de ser invisible. De ser ignorado. De nuevo. Tragó saliva y se dio la vuelta. Respiraba entrecortadamente. Se pasó una mano por la mandíbula. ¿Cuántas veces había dejado pasar las cosas en nombre de la cortesía?