Era el momento perfecto para reclinarse, exhalar y disfrutar del viaje. En lugar de eso, Daniel se quedó sentado, rígido como una tabla, esperando el siguiente golpe. No tuvo que esperar mucho. Patada. Patada. Golpe seco. Éste hizo sonar su taza de café sobre la bandeja. Se pasó una mano por la cara.
Lo peor era lo pasivo que se sentía. No era una persona conflictiva. Nunca lo había sido. Daniel creía en la cortesía. En los límites. En hablar las cosas. Pero ahora se encontraba atrapado en una situación en la que su comodidad dependía por completo del comportamiento de un niño pequeño y de la conciencia de una mujer que no tenía ningún interés en compartir una realidad con él.