¡No pudo soportarlo más! ¡Mira cómo este hombre le dio una lección a un niño que pateaba el asiento y a su madre!

Quizá el chico sólo estaba inquieto. Tal vez se calmara cuando el paisaje se volviera más interesante: campos, ciudades, las brillantes orillas del río Connecticut. A los niños les gustan los trenes, ¿no? No le pasaría nada. Daniel estaría bien.

Pero su cuerpo decía otra cosa. Sus hombros, que por fin habían empezado a relajarse, volvían a tensarse. Su mandíbula se tensó. Los músculos de la parte baja de la espalda se contraían con cada impacto. Sus manos, que hace unos momentos descansaban tranquilamente sobre los muslos, se cerraron en puños frustrados.