Se quitó un auricular y se giró sobre sí mismo. «Hola, colega», dijo, con voz mesurada y ligera. «¿Podrías intentar no patear el asiento? Hace que sea un poco difícil relajarse, eso es todo» El chico parpadeó. No respondió. Sólo una vaga expresión de diversión, como si se dirigiera a él un personaje de dibujos animados.
Daniel sonrió -apenas- y se dio la vuelta. Durante unos treinta segundos, todo estuvo en calma. Luego, otra patada. Más fuerte. Y otra más. Cerró los ojos y murmuró en voz baja. «Por supuesto» Daniel intentó dejarlo pasar. Realmente lo hizo.