¡Este hombre se hartó! ¡Mira cómo dio una lección a un niño que pateaba el asiento y a su madre!

Durante el resto del vuelo, el asiento de detrás de Carl permaneció inmóvil. No hubo más patadas. La madre y su hijo permanecieron sentados en silencio, con sus bravuconadas amortiguadas por la fría salpicadura de la realidad. Carl se recostó en su asiento, con una pequeña sonrisa en los labios.

Cuando el avión empezó a descender, Carl miró por la ventanilla, satisfecho. Su método poco ortodoxo había conseguido detener las incesantes patadas y dar a aquella madre y aquel hijo maleducados una lección que no olvidarían pronto. Sin embargo, mientras observaba las nubes que se deslizaban por debajo de él, le asaltó un sentimiento de inquietud. ¿Habría ido demasiado lejos? Aunque eficaz, su venganza había perturbado el vuelo y molestado a otros pasajeros.