Nunca fui la favorita de mi padre-26 años después descubrí por qué

El día había sido para reírse. Su padre había empaquetado la nevera, cargado las cañas de pescar y conducido a todos al lago, con voz casi ligera mientras daba consejos a Daniel y se burlaba de Elise por tararear con la radio. Durante un rato, Miriam se permitió creer que así era como se sentía la familia, su lugar seguro junto a ellos.

Pero cuando su sedal se enredó y ella insistió en que estaba haciendo mal el nudo, la expresión de él cambió. La suavidad desapareció de su rostro y fue sustituida por una agudeza que la sorprendió. «Si sabes tanto, hazlo tú misma», le espetó, devolviéndole la caña a las manos. Las palabras fueron más profundas que el tono, definitivas, de una forma que ella aún no comprendía.

El resto del día transcurrió en silencio para Miriam. Daniel reía, Elise saltaba piedras y su padre los elogiaba mientras Miriam se quedaba atrás, con las mejillas encendidas por preguntas que no podía formular. Ella no lo sabía entonces, pero ese único intercambio ensombrecería todos los años siguientes, marcando el final de la niña que una vez llevó sobre sus hombros y el principio de la distancia que nunca salvaría.