El frío era implacable, penetraba en cada parte de su ser y le susurraba la dura realidad del iceberg. Con cada violenta ráfaga, la estabilidad del refugio se ponía a prueba. Peter sabía que era una frágil salvaguarda entre él y el abrazo helado que le esperaba más allá de la fina lona. «Sólo tengo que aguantar toda la noche», susurró para sí, preparándose para la siguiente oleada de la tormenta.
Las horas pasaron lentamente y Peter se estremeció al ver que el cielo se oscurecía a su alrededor. Durante la larga y oscura noche, Peter se enfrentó a una batalla sin cuartel contra los elementos. Los aullantes vientos del exterior parecían arreciar, colándose por todos los resquicios del refugio y haciendo que el aire del interior fuera gélido y cortante. Se acurrucó más dentro de su saco de dormir, con la respiración visible en el frío, intentando conservar todo el calor posible.