El marido no explica el extraño olor de sus manos hasta que su mujer descubre el secreto

Diez minutos después, entró una mujer. Alta, segura de sí misma, con una pequeña bolsa de regalo. Connor se puso de pie para saludarla, su rostro se iluminó de una manera que Julia no había visto en meses. La abrazó con despreocupación y luego se sentó como si fuera algo rutinario. Como si tuvieran un ritmo.

Hablaron y rieron, inclinándose hacia ella, sonriendo a menudo. Julia no podía oír las palabras, pero la energía era clara: íntima, confortable. Se le oprimió el pecho. Su matrimonio, tan lleno de tensiones últimamente, no tenía nada de esa calidez. Le temblaron las manos cuando sacó el teléfono e hizo una sola foto.