Se puso de lado y miró el resplandor de la farola a través de la cortina. Si estaba equivocada, se disculparía. Pero si estaba en lo cierto, necesitaba saberlo antes de permitirse sentirse culpable por ello. Esa era la parte que le había quitado el sueño durante semanas.
El jueves por la mañana, su decisión estaba clara. Se vistió con ropa discreta, no para llamar la atención, sino para sentirse sólida. La jornada laboral se le escapaba en fragmentos. No oía lo que decían los demás. Sólo podía pensar en las seis en punto. En la avenida Bloomingdale. Y en quién más podría estar esperando allí.