Julia cerró el portátil con suavidad, pero sintió como si le hubieran abierto el pecho. Un nombre de mujer. Una hora repetida. Un lugar que nunca mencionaba. Todo en su interior gritaba que dijera algo, pero no lo hizo. Lo había abierto en silencio. Y si quería respuestas, tenía que seguir callada.
Connor regresó a la habitación con su ritmo habitual: imperturbable, distraído. Levantó la vista y sonrió con esfuerzo. «Gracias por dejarme usarlo», dijo, manteniendo su tono fácil. Asintió, ya poniéndose una camiseta. Julia permaneció sentada un momento más, con las manos quietas y la mente acelerada.