El marido no explica el extraño olor de sus manos hasta que su mujer descubre el secreto

Pero no fue sólo una vez. Otro día, llegó a casa con la sudadera del gimnasio bien abrochada sobre unos pantalones de vestir, a pesar del calor que hacía. Julia enarcó una ceja. «¿No hace calor hoy?» Él se encogió de hombros. «He sentido un poco de frío» La sudadera no se la quitó durante la cena, aunque el sudor se le acumulaba en las sienes.

Se convirtió en un patrón. Dejó de tirar sus camisas de trabajo al cubo de la ropa sucia y optó por «lavarlas él mismo» Ya no le dejaba doblarle la ropa y colgaba las chaquetas en el armario de los abrigos en vez de en el dormitorio. No era sutil, era estratégico. Y Julia se dio cuenta.