El marido le gasta una broma a su mujer fingiendo entrar en su casa: ella se asusta y desaparece sin dejar rastro

Cambiar el código de acceso no era un cambio insignificante; significaba que ella quería privacidad que él no había sabido darle. Se quedó mirando la pantalla, sintiéndose a la vez excluido y repentinamente inseguro de lo que eso significaba. Colocó el teléfono con cuidado, como si pudiera revelarle algo si esperaba. Pero permaneció en silencio, sin ofrecer nada.

Así que se movió por la casa, con la esperanza de encontrar alguna explicación en los espacios familiares que compartían: el escritorio de ella, su mesilla de noche, el pequeño rincón de lectura que le gustaba cerca de la ventana. Todo parecía normal. Ninguna bolsa a medio hacer, ningún objeto esencial perdido, ninguna nota dejada con prisas.