Debió de ponérselos en cuestión de segundos, coger las llaves y el bolso y salir corriendo. Pero, ¿por qué correr sin gritar? ¿Por qué no gritar su nombre? ¿Por qué huir de la casa en lugar de comprobar de dónde procedía el ruido? Cerca de la encimera, su teléfono seguía en el lugar donde se le había caído, con la pantalla apagada sobre el número de emergencia que había intentado marcar a medias.
Aquella imagen hizo que la culpa subiera dolorosamente a su garganta. No había pensado que fuera una broma. Había creído de verdad que había alguien dentro con ella. Comprobó el garaje y luego la entrada. Su coche seguía perfectamente aparcado donde lo había dejado aquella tarde. El pánico se apoderó de su pecho. Si no había cogido el coche, se había ido a pie.