Echaba de menos la forma en que Lara solía responder a sus momentos más tontos: ponía los ojos en blanco, fingía estar molesta, le daba un codazo juguetón cuando se pasaba de la raya. Últimamente parecía cansada, con sonrisas suaves que se desvanecían rápidamente. El trabajo la estaba agotando, o eso decía ella.
Sus veladas se habían vuelto más tranquilas, no tensas, sólo apagadas, como si vivieran ligeramente desincronizados. Supuso que era normal, una fase por la que todas las parejas pasaban de vez en cuando. Así que pensó que un pequeño susto inofensivo podría levantar el ánimo, tal vez devolverles una chispa de su ritmo habitual.