Las últimas palabras de su marido fueron «Lo siento. Ya lo verás» Ella no esperaba lo que vino después..

Pero la pena se agudizaba y se convertía en otra cosa. Al tercer día, mientras ordenaba sus papeles, notó un destello metálico bajo el escritorio. Sus dedos rozaron la cinta adhesiva. Una pequeña llave de latón cayó en su palma, fría y extraña. Daniel nunca había mencionado una caja fuerte.

Maggie frunció el ceño, su corazón tartamudeó. Probó en todos los cajones, pero ninguna encajaba. Entonces vio el grueso lomo de una vieja novela en la estantería. Hacía siglos que no la veía. Era el ejemplar de Daniel de Grandes esperanzas. Entre sus páginas había extractos bancarios doblados, amarillentos pero cuidadosamente ocultos.