Las últimas palabras de su marido fueron «Lo siento. Ya lo verás» Ella no esperaba lo que vino después..

La puerta treinta y cuatro crujió y se abrió de mala gana. El local olía ligeramente a polvo y aceite de motor. Las paredes estaban recubiertas de cajas de cartón, apiladas ordenadamente como si Daniel las hubiera visitado a menudo. Maggie entró, con la respiración entrecortada. Aquello parecía deliberado y cuidado. Había construido esta habitación oculta con sumo cuidado.

Se arrodilló junto a la caja más cercana y levantó la tapa con dedos temblorosos. Dentro había libros de contabilidad llenos de números, columnas ordenadas con la letra de Daniel. Cada página contenía fechas que abarcaban décadas, cada cálculo era preciso. Maggie frunció el ceño, pasando los dedos por la tinta. Había llevado una contabilidad que ella desconocía.