Ethan estaba sentado en la estrecha sala de espera que había ocupado la policía. El ramo de flores estaba tirado en algún lugar del camino. Dos agentes estaban frente a él, con los cuadernos preparados. «Empieza por el principio», le dijo uno. Apretó la mandíbula. Deberían estar ahí fuera, buscándola, no entrometiéndose en cada segundo de la mañana de él.
«Ya os lo he dicho», gritó. «Ella estaba en la cama. Fui a por flores. Diez minutos, tal vez quince. Cuando volví, nada» El bolígrafo del oficial más joven rayó el papel deliberadamente, sin prisa. Fuera, crepitaba una radio, y Ethan pensó que se le escapaban unos minutos preciosos.